viernes, 10 de septiembre de 2010

Recuerdos imborrables.



Es la historia de la falta de tiempo para estar juntos.
La historia del cansancio y el sueño.
La historia de ser jóvenes y tener que luchar por el futuro.
Y él no entiende por qué una es tan dramática.
Y él no entiende por qué una le da importancia a cosas pequeñitas
como el olvido de una rosa.
Y una lo ve un monstruo frío, sin compasión ni sentimientos.
Y él la ve a una imposible, incapaz de aceptarlo, de conocerlo.
Y el orgullo de ambos, el empecinamiento, la fatiga,
las heridas constantes van dibujando un límite que separa…;
primero puntos suspensivos, como los de los mapas;
después, un hilo de agua; por fin, una montaña.
¿Y dónde están los que una vez sintieron que no podían vivir separados?
¿Dónde están los que temblaban cuando sus manos se rozaban apenas?
¿Dónde están los que recibían la madrugada a los besos?
Allí, a cada lado del sofá, solos.
Cuestión de dar un paso y entregarse.
Cuestión de hacer caer la piedra con los llantos.
Cuestión de desviar el curso de los ríos para que la echen abajo.
Sólo bastó que yo le entregara mis ojos mansamente
y lo dejara mirarme en ellos.
Que se ablandara mi tensión, y mi cuerpo reconociera en él al dios, al mago.
Que refloreciera mi ternura.
Que dejara fluir naturalmente mis palabras, mis pensamientos, mis ganas.
Por este hombre de manos como nidos.
Por este hombre de tranquilos gestos.
Por este hombre de voz pausada y ojos comprensivos,
conozco la felicidad, la paz, la suerte de haber llegado a un puerto sin tormentas,
a una orilla de luz, a una permanente construcción,
a un encuentro en el que nos reconocemos y nos necesitamos.

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